martes, 30 de septiembre de 2025

CD 399 – “Cuentos de Terror” (II)


Alberto Laiseca y la fuerza de la literatura

Si hay una tarea pendiente con la obra de Alberto Laiseca (1941-2016) -además de dejar de mencionarla y empezar a leerla-, es la recopilación y edición de sus artículos y entrevistas. En este caso, “Centro-periferia” fue un artículo publicado en el número 2 de la revista La Caja, dirigida por Tomás Abraham y publicada en noviembre-diciembre de 1992. La sección “El pensamiento literario” de ese número incluyó un texto de Fogwill“Un destino menor”, y este escrito de Laiseca.

En las líneas que siguen, el autor de “Los Sorias” (1998) recorre obras, lugares y cultos de la literatura y el mundo para sostener que un autor solo puede convertirse en centro si tiene tesis y pasión. Así, Laiseca entreteje los nombres de autores como Manuel PuigMarcelo FoxRoberto Arlt y Louis-Ferdinand Céline, pero también, con sorpresa, valora las letras de Federico Moura, cantante de “Virus”, y utiliza la imagen borgeana de Almotásim -que “no sólo existe, sino que ha existido varias veces, no muchas, pero algunas, y siempre con la desapari­ción como resultado final”- para su argumentación alrededor del centro y margen de la cultura.

Agradecemos el hallazgo a la editorial Blatt&Ríos, que mencionó en un tuit un artículo de los 90 donde Laiseca escribía sobre “Virus”, y a Diego Cano -historiador e investigador de las letras kafkianas-, que tomo las imágenes del viejo ejemplar de “La Caja” que escondía esta joya laisequiana. Sin estrellas que se unan, sin constelaciones, como bien lo sabía el conde Lai, el hombre y la literatura se verían perdidos en las tinieblas de la mediocridad.


Centro-periferia

*Por Alberto Laiseca

Escritores de tesis­

Estar en tierra de Francia remite, entre otras cosas, a Luis XIV. Por eso creo oportuno anticipar que mu­chas de las afirmaciones que siguen pueden parecer absolutas. Que no quedan dudas: son absolutas, por­que responden a lo que yo creo más allá de su ver­dad cronológica, a lo que a mí me parece más allá de su posible refutación. Supongo que estoy discul­pado porque ustedes me convocaron como escritor y no como crítico o profesor -dos cosas que no soy- así que los invito a que oigan lo que tengo que decir.

Afirmaba Tolstoi“si quieres ser universal pinta tu aldea”. Aun sin negar a esto último, creo que podrí­amos completarlo con “Para pintar tu aldea deberás ser universal”. Hay que situarse entre las dos fórmu­las y participar de ambas. En Hispanoamérica, particularmente en el Río de la Plata, nos hemos visto obligados a hacer los viajes de Colón, pero a la inver­sa: desde Buenos Aires, descubrir Europa. Todo de­pende del autor, naturalmente. Yo partí del simbo­lismo alemán, que luego deseché. Mis últimos viajes (salvo éste, físico) no han sido a Europa sino a África y Asia, con mis novelas sobre Egipto y Chi­na. De todas maneras, el campo gravitatorio de Eu­ropa sigue siendo muy grande: sus políticas, revolu­ciones, guerras, influyen sobre la literatura de todos. Prácticamente no hay lugar de este continente que no esté lleno de castillos, ciudades sepultadas, tem­plos del neolítico. Hasta en un lugar tan poco proba­ble como Malta tenemos ambientes subterráneos gi­gantescos (los sistemas de Half Saflieni), cavados en roca viva y conectados unos con otros por los hombres de la Edad de Piedra. No conocían el me­tal, de modo que para remover esas enormes masas líticas sólo contaban con otras rocas. Moscú es una ciudad joven para ser europea; sin embargo, tiene setecientos años, lo cual la hace bastante más vieja que Buenos Aires.

Toledo quizá sea una de las ciu­dades vivientes más viejas no sólo de Europa sino del mundo: su fundación es anterior a la conquista romana. Todo esto pesa. La tradición es cultura y centro mágico. ¿Qué tiene de raro, entonces, que la cultura europea influya sobre nuestro mundo? Em­pezaron antes. Pero no es la única razón: también empezaron mejor. Los europeos pudieron elegir, les sobró tiempo. Ustedes tenían el paganismo. Nadie se los impuso. Bien pudieron rechazar el monoteís­mo asiático.

Ustedes tenían su Stonehenge de la cultura: su cen­tro mágico. Y aunque por fin hayan optado por la cultura del Dios único sus genes guardan memoria de la posibilidad anterior. No es el caso de América: de la nada cultural pasamos directamente al monoteísmo por la fuerza de las armas y de los libros del último tiempo. Las civilizaciones precolombinas no eran en verdad politeístas, pese a que adoraban a muchos dioses. Más bien tendríamos que decir que, por su ética y su sistema social, se trataba de un mo­noteísmo polifónico. El cristianismo recién en el si­glo siete logró afianzarse en la mayor parte del con­tinente europeo. Algunos eslavos (como los de Silecia y Pomerania) jamás aceptaron el cristianismo y debieron exterminarlos. En Islandia aún hoy existe una pequeña comunidad pagana. En América, por el contrario, la conversión fue prácticamente instantá­nea. Si hubo sublevaciones fue por el maltrato y la explotación, no porque estuvieran ansiosos por res­taurar a sus antiguos dioses.

Sólo la macumba de Brasil y el vudú de Haití han resistido en parte la penetración religiosa, y eso se debe a que no son de origen americano sino africano. Si me detengo tanto en estos detalles es porque la religión forma a la literatura, aunque ésta a veces no lo sepa, y no a la in­versa. El culto a la Pachamama persiste hasta hoy en Bolivia y Perú, pero no basta para una memoria ge­nética cultural, porque sólo se puede conservar lo que existe y jamás tuvimos una cultura literaria pre­colombina, por lo menos en el sentido en que la concebían los atenienses. Por eso, de la manera en que un europeo o un asiático conciben a la religión, o los atenienses a la cultura, religión propia sólo tu­vimos a medias, la prueba fue la facilidad con que adoptamos el monoteísmo, y la cultura era inexis­tente. Sin pasado surge el desconcierto, la copia. Oscar Wilde decía que el mero instinto creador no crea: sólo imita. Es el espíritu crítico el que, en defi­nitiva, nos permite, luego de largas purificaciones, crear. Tuvimos poco tiempo, pero peleamos duro. Respecto a cuál es el comienzo de la literatura y la poesía en América, cada autor americano tendrá su propia tesis, supongo. Yo tengo la mía, muy discuti­ble (tan discutible como un punto de vista o un énfa­sis): Miguel Ángel Asturias, el guatemalteco, es nuestro comienzo. El cubano Lezama Lima y el co­lombiano Gabriel García Márquez después, comple­tan el trío de quienes, a mi entender, nos demostra­ron que las carabelas de Colón ya estaban en condi­ciones de pegar la vuelta y enriquecer Europa. El único problema para nosotros, los del Río de la Pla­ta, es que Asturias. Lezama y García Márquez son todos caribeños.

¿Cuándo un escritor se transforma en centro? Sólo y únicamente cuando tiene tesis. Un autor sin tesis puede entretenernos mucho y ser muy enriquecedor y digno de que se lo lea, pero no es un astro gravitatorio. Para curvar las masas del espacio-tiempo necesitamos la presencia de un centro poderoso, al­guien con Weltanschauung, como dicen los alema­nes: alguien con un punto de vista del mundo, no sólo de su zona, alguien con pasión y, sobre todo, con una pasión total. Esto es lo perfecto. Nos conformamos con una gran pasión estética, aunque fal­ten otras. Pero la pasión debe existir para que haya centro. Un ejemplo ayudará a comprender qué quie­ro decir con obra de arte de pasión total: el “Ulises” de James Joyce. Este es, indudablemente, un punto de vista del mundo, acompañado por la fuerza de la es­tética. Apasionado y terrible libro el “Ulises”, que al­gunos han considerado desapasionado, intelectual y frío. Yo no comparto el nihilismo de Joyce, pero sí su furia, su lúcido análisis de ciertas cosas desagra­dables que suceden.

En América, como dije, tenemos algunos campos gravitatorios: Lezama en el mundo de la pura estéti­ca y el rescate del pasado y la alegría de vivir. Már­quez y Asturias: la política mezclada con la estética Nicolás Guillén en poesía. Ya advertí que no me interesan antecedentes ni cronologías sino quién fue capaz, en mi opinión, de llevar a lo más alto los mundos imaginados. Todos estos, entonces, nos han enseñado que uno podía ser centro, pero sólo en la medida en que tenga un renovador punto de vista en la estética o en lo político-estético. Nos ha fallado un renovador político-religioso-estético. Pero para eso hay que ser creyente, o mejor: renovadoramente creyente.

Roberto Arlt es el ejemplo más claro del escritor que para ser universal pinta su aldea. Logra toda la universalidad que eso puede dar, pero no más. Borges es universal para pintar su aldea, Buenos Aires, y se acerca por el lado opuesto. Una síntesis de estas dos actitudes está aún por aparecer. Creo yo que ya todos los continentes han crecido demasiado como para que pueda darse un desplazamiento en grandes números, en el sentido de Europa a América o de América a Europa. Hoy sólo caben desplazamientos en pequeños números: en lo individual. Son esos pocos autores con pasión y tesis.

Parece que las guerras, nos guste o no, son una bue­na ocasión de cambiar los mundos, entre otros el mundo de la cultura. En realidad, la guerra sirve de catalizador: para que uno sea por completo aquello a lo cual siempre tendió a ser. Stephen Zweig, a causa de la Primera Guerra Mundial, se volvió todavía más pacifista e internacionalista que antes. Férdinand Céline viajó al fin de la noche, ciertamente, al final de la noche propuesta por la mediocridad. Los malentendidos son dolorosos. Lo digo pensando en Céline respecto a otro hombre apasionado: Albert Camus. En bandos distintos, cosa curiosa si se tiene en cuenta que ambos tenían un sentido trascendente de la vida. Céline, que vivió la experiencia de la Pri­mera Guerra Mundial, se cansó de ver que a sus me­jores amigos “un obús les daba en el pecho y los transformaba en pedo”, según sus propias palabras. Camus viajó hasta el fin de su noche de Argelia. Ambos lucharon contra lo mismo: la mediocridad. La guerra no los hizo mejores ni peores; tan simple como esto: aceleró sus tiempos, catalizó sus pasio­nes. Tuvieron y ofrecieron más de lo mismo. Esta es la única virtud capaz de hacer grande una literatura o una vida. Más allá de los errores y de los malen­tendidos. Lo que más puede interesar en un mundo frívolo es un autor profundo en su vehemencia, vehemente en su profundidad. Yo me podría enojar con Camus, me podría enojar con el postulado de “el ser es pero es ahora” de los existencialistas. Se me va el enojo cuando recuerdo que el autor de “La Peste” tenía entusiasmo y pagaba por él. El respeto me detiene. Así algunos autores argentinos con los que también podría enojarme.

Resumiendo, esta primera parte: un autor no se vuel­ve centro porque sea reconocido en el extranjero de acuerdo con mi opinión, ni tampoco por una manera europea de hacer obra, sino sólo cuando tiene tesis, tesis que puede ser más o menos completa según que cumpla con algunas o con todas estas condicio­nes: ser ética y estética, mística y práctica.

La pasión redime lo cursi

Tener o no poder, ser o no centro, tesis o falta de ella se resuelven, para mí, entonces, en tener o no pasión. O por lo menos es el principio inevitable: la condición necesaria, de hierro, aunque a veces no sea suficiente. Roberto Arlt es un apasionado crea­dor de pasiones. Quizá su excesiva detención en la protesta libertaria le restó tesis en lugar de dársela, pero de todas formas es uno de los más grandes.

Como hombre que se vuelve centro y al mismo tiempo rescate la periferia prefiero Manuel Puig a Onetti, por ejemplo. Puig es un caso fundamental para entender lo que digo. En él el tratamiento equi­distante es perfecto, y luminoso el desenmascaramiento del horror. Como se sabe, en “El Beso de la Mujer Araña”, los sucesos transcurren en una celda, entre un homosexual y un revolucionario. A fin de que las horas sean más llevaderas, el homosexual describe al otro prisionero las películas que vio mientras estaba en libertad. La fantasmagoría cursi, generada por la narración, se torna bien concreta debido a la enorme masa gravitatoria del encierro. Es­tar preso es como vivir en un astro donde un volu­men del tamaño de un terrón de azúcar pesa dos toneladas. Lo cursi adviene normal, posible, apeteci­ble; crece la nostalgia patológica (si es que no lo es toda nostalgia). Las leyes de Newton no funcionan: son otras las que rigen. El espacio-tiempo se curva y la luz cae sobre sí misma. En un viaje casi al centro del honor; no completo, como en El corazón de las tinieblas, de Conrad, porque falta conciencia. Justamente por eso la propuesta, en ese reducido lugar, es la frivolidad y el gusto ridículo. Los personajes, para su suerte -y su desgracia-, no se ven monstruosos. Si tuvieran un espejo se destruirían (o bien se produciría en ellos un cambio). Tanto el revolu­cionario como el homosexual sólo existen para sus imaginerías. Ya vivían así afuera, pero la prisión magnifica la irrealidad virtual.

La obra de Puig es un largo folletín para gente culta. Es la epopeya de los mediocres, donde los persona­jes graban sus runas con faltas de ortografía ontoló­gicas. El autor oscila entre la exaltación (o quizá sólo el rescate) de la parodia del sentimiento suntuoso, y la burla implacable de ello mismo. Se compadece de los débiles y pequeños, pero al mismo tiempo no puede menos que mirarlos con ferocidad y encontrar los absurdos. Esto mismo podemos notar en “Boquitas Pintadas”, donde me parece maravilloso el largo bolero final.

Si hay algo peor que el enano fascista es el enano cursi que casi todos llevamos dentro, en especial si somos argentinos. Es bueno mirarlo, reconocerlo, admitirlo, para sí vacunarse contra él. Creo que la de Puig, tal como yo la entiendo, es una tarea lógi­ca, necesaria en la literatura, y que él la resuelve con superlativo talento.

La sociedad potencia lo insustancial (lo da como único alimento y encarcela con él, como en “La Mu­jer Araña”). Por eso es tan difícil reaccionar y el gra­do de contaminación que todos sufrimos es más o menos alto.

Quisiera citar dos fragmentos de “The Buenos Aires affaire”, pues nos sirven para observar con qué gra­do de humildad ve Puig su propia obra. Habla un personaje, una pintora: “… aún no clareaba el alba cuando llegué a la playa en busca de basuras para la confección de nuevas obras”. Y luego, en el mismo libro: “Volví a casa y empecé a hablar -en voz muy baja para no despertar a mamá- con una zapa­tilla olvidada, con una gorra de baño hecha jirones, con una hoja rota de diario, y me puse a tocarlas y a escuchar sus voces. La obra era esa, reunir objetos despreciados para compartir con ellos un momento de la vida o la vida misma. Esa era la obra. Entre mi último cuadro y esta nueva producción habían pasa­do más de diez años. Ahora sé por qué no había pintado o esculpido en todo ese tiempo: porque los óle­os, las témperas, las acuarelas, los lápices de pastel, la arcilla, los bastidores, todo ello era un material precioso, de lujo, que a mí no me estaba permitido tocar, a un ser inferior no le está permitido gastar, desperdiciar, jugar con objetos valiosos. Por eso du­rante años no hice nada, hasta que descubrí las po­bres criaturas hermanas que rechaza cada mañana la marejada”.

¿Qué traición comete Rita Hayworth? ¿En qué con­siste? La defraudación es, aunque los personajes no lo sepan, la cosmovisión estafadora con que los mu­tila la sociedad. Los héroes de Puig son sometidos constantemente a la tentación de lo vanidoso y superficial. Caen en trampas pueriles pues son trivia­les y vacíos, insustanciales e inútiles. La pasión es el antídoto. Cuando la pasión surge, la cursilería se destruye. La intensidad del sentimiento, con su co­lor y su forma, es más real que cualquier teoría anti­natural injertada, o cosmovisión chasco.

Los libros permanecen fijos en sus palabras, pero el mundo cambia y poco a poco ellos quedan atrás. Hay, pues, una incineración natural. Sangre de amor correspondido es, quizá, la obra más lograda de Puig. Libro éste lleno de originali­dad, estructurado sobre diálogo interior, donde un albañil conversa con sus fantasmas, les miente; a su vez ellos lo acusan de mentiroso y obligan a rectifi­car su discurso, aunque a veces -y esto es lo más genial- logra hacerlos entrar en duda y hasta con­vencerlos. Es la historia de un amor frustrado por la falta de dinero, el origen social y los prejuicios sexorreligiosos.

En esto, como en toda la obra de Puig, el sadomasoquismo espiritual (no el físico) es el viaje dentro del cual los personajes pierden definitivamente su por­ción de felicidad.

Comparemos lo anterior con Céline y busquemos el vaso comunicante. Dice en “Viaje al fin de la noche”“He compuesto una especie de oración vengadora y socialista. Se llama Las alas de oro: ‘Nuestro amo es un dios que cuenta los minutos y los centavos, un dios desesperado, sensual y que gruñe como un puerco. Un puerco de alas doradas que cae en todas partes con el vientre al aire, buscando caricias. Ese es nuestro amo, exactamente’”. Y también: “Rencoro­sos y dóciles, violados, robados (nuestros padres), despojados siempre como unos boludos, sí, eran dignos de nosotros: Tienes razón. No hemos cam­biado nada nosotros. Ni cambiamos de calcetines ni de amos, ni de opiniones: o lo hacemos con tanto re­traso que ya no sirve para nada. Nacemos fieles, y así reventamos, nosotros. Soldados gratuitos, héroes para todo el mundo, y monos parlantes, palabras que sufren, eso somos los mimados de la reina Miseria. Ella es la que nos posee. Cuando no nos portamos como es debido, aprieta duro… Sus dedos se nos clavan alrededor del cuello. Hay que tener mucho cuidado si queremos, por lo menos, poder alimen­tamos. Por cosa de nada nos estrangula”.

El destino de los hombres que tienen tesis

En la última parte de mi trabajo quisiera hablar del destino de los hombres que tienen una tesis, de los que son un centro perfecto o casi perfecto.

Hay una gigantesca Biblioteca de Alejandría que funciona día y noche desde el principio de la cultu­ra. Muchos ingenuos suponen que basta tener el li­bro de un escritor para que ese pensamiento se con­serve. En primer lugar, los libros corren riesgos físicos, tal como lo prueba la misma Alejandría históri­ca. Pero ya el propio cambio que sufre el idioma en que fue escrito va obstaculizando la comprensión. Si bien las actuales restauraciones del “Libro del Tao”, de Lao Tsé, son consideradas satisfactorias por los expertos, debemos tener en cuenta que el “Tao Ten King” fue escrito en chino arcaico. Es una verdadera traducción la tarea del erudito. Esto por no hablar de las lagunas en los textos, los errores de copia y las interpelaciones debidas a las “brillantes” interpretaciones de los discípulos, que intenten hacer más fá­cil la comprensión del Maestro y sólo consiguen os­curecerlo, confundir. Ni hablar del “I Ching”, por ejemplo, novecientos años anterior al “Libro del Tao”, y cuya restauración actual debemos a Confucio. Cuando el sabio dice “trueno sobre montaña”, ¿qué quiso decir exactamente? Podemos llegar a sa­ber qué significa para un chino de hoy, pero de nin­guna manera podemos estar seguros de que tal haya sido siempre su sentido. El restaurador, el transcriptor, a veces sólo cuenta con su iluminación personal y una gran dosis de buena suerte para no hacer trai­ción.

Los libros permanecen fijos en sus palabras, pero el mundo cambia y poco a poco ellos quedan atrás. Hay, pues, una incineración natural. Pero también hay desapariciones físicas e, incluso, libros jamás sido: sus “autores” eran tan grandes, lo suyo era tan nuevo y tan en oposición a las creencias de la época, que jamás se les dio espacio o lugar para que crista­lizaran.

Volverse centro, pero centro de verdad, lleva inevi­tablemente a la lógica del poder y ésta a la lógica de la evaporación. Este es el verdadero underground: ese del que no se habla.

No hay que suponer que, si la obra de un hombre tie­ne suficiente genio ello hará que perdure, cualquiera sea la oposición que reciba en su época. Antes bien, es mi opinión que un extremado genio, la excesiva maestría de una obra, es casi una garantía de no per­durabilidad. “La Conjura de los Necios” (para usar el título de alguien que se salvó por milagro de la inci­neración), la conjura de los necios en algunos ca­sos, la conjura teológica en otros ha hecho desapare­cer incontables obras de arte y parte de la sabiduría y las crónicas. Una de las quemas de la Biblioteca de la Alejandría histórica fue por razones koránicas. Hay una obra de Borges que, sin proponérselo, trata implícitamente este tema. Me refiero a “El acerca­miento a Almotásim”. Nos dice Borges“Un hom­bre. el estudiante incrédulo y fugitivo que conoce­mos, cae entre gente de la clase más vil y se acomo­da a ellos, en una especie de certamen de infamias. De golpe -con el milagroso espanto de Robinson ante la huella de un pie humano en la arena- perci­be alguna mitigación de infamia: una ternura, una exaltación, un silencio, en uno de los hombres abo­rrecibles. Fue como si hubiera terciado en el diálo­go un interlocutor más complejo. Sabe que el hom­bre vil que está conversando con él es incapaz de ese momentáneo decoro; de ahí postula que éste ha reflejado a un amigo, o amigo de un amigo. Repen­sando el problema, llega a una convicción misterio­sa: En algún punto de la tierra hay un hombre de quien procede esa claridad; en algún punto de la tierra está el hombre que es igual a esa claridad. El estudiante resuelve dedicar su vida a encontrarlo”.

Ahora bien, según mi convicción personal, Almotásim no sólo existe, sino que ha existido varias veces, no muchas, pero algunas, y siempre con la desapari­ción como resultado final. Alguien tan grande sería insufrible para los necios, no vendría a confirmar las teologías sino a negarlas y a establecer una nueva. Tal vez nos dijese que el monoteísmo es una equi­vocación y que tenemos que volver al politeísmo. Eso sería insoportable. Quizá su concepción política pusiera todo patas arriba. Si la equivocación de to­dos ha sido demasiado grande, ¿se soportaría que al­guien expresase un pensamiento ontológico tan por completo opuesto? Yo creo que no. Creo que un hombre así debería moverse con prudencia, para que no lo maten. Supongo que viviría pobremente, en el rincón de sus posibilidades; la emanación de su enseñanza no se daría mediante escritos, que nadie le publicaría (por suerte para él), sino oralmente, a los pocos que pudieran oír (sin descomponerse) a una parte del horror. 

Es una suposición. No digo que así sea, pero supon­gamos.

(Fuente: https://revistabache.com.ar/cultura/letras/alberto-laiseca-y-la-fuerza-de-la-literatura/)


Descargar:   

Track 01: “La Expiación” - Silvina Ocampo (09:24)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=PU813zi_xoA&list=PL3LHRqpp-eTfiOyoyW6O4-El5JmJgw3CM&index=19

Track 02: “La Mujer de Nieve” - Lafcadio Hearn (08:02)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=0fp-T55O41s&list=PL3LHRqpp-eTfiOyoyW6O4-El5JmJgw3CM&index=18

Track 03: “Ligeia” - Edgar Allan Poe (12:31)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=xluIVI-lRXY&list=PL3LHRqpp-eTfiOyoyW6O4-El5JmJgw3CM&index=31

Track 04: “El Hambre de los Muertos” - Alberto Laiseca (10:25)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=VdU77l-2Uls&list=PL3LHRqpp-eTfiOyoyW6O4-El5JmJgw3CM&index=41

Track 05: “Los Sorias” - Alberto Laiseca (08:01)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=3FSVRiwaPvM&list=PL3LHRqpp-eTfiOyoyW6O4-El5JmJgw3CM&index=72

Track 06: “La Caída de la Casa Usher” - Edgar Allan Poe (08:10)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=84Mof8pgH6Q





Ficha Técnica:

En 2002, I.SAT presentó en su pantalla un microprograma en el que Alberto Laiseca introducía al público en el mundo de lo sobrenatural, relatando las más inquietantes historias de terror. Tales relatos no se debían solamente a las mejores figuras del género dentro de la literatura (Poe, Lovecraft, Horacio Quiroga, Lafcadio Hearn, King, John Collier, Giovanni Verga, Mujica Láinez), sino que, gracias al afán compilador de Laiseca, provenían también de creadores ligados al cine y la televisión, como Akira Kurosawa y Rod Serling (alma mater de “La Dimensión desconocida”). “Cuentos de Terror” fue distinguido en los Premios Martín Fierro, entregados por APTRA a la producción en cable 2003 (rubro “Cultural / Educativo”). También resultó nominado en 2002.

Idea: Mariano Cohn y Gastón Duprat. Dirección de Contenidos: Ralph Halek. Producción General: Marcelo Capurro. Realización: Martín Florio. Producción: Adrián de Rosa. Edición: Mauro Martínez. Diseño de Escenografía: Matecocido. https://www.tvtime.com/es/show/342941 

martes, 16 de septiembre de 2025

CD 398 – Con Voz Propia: Selva Almada (II): “Escritora de Provincia”

 

"Me interesa la escritura híbrida, porque las categorías ya quedaron viejas"

En esta entrevista, la escritora entrerriana -autora de “El Viento que Arrasa”“Chicas Muertas” y “No es un Río”, entre otros textos- cuenta sobre las posibilidades y límites de una literatura transformadora, sus estrategias de creación y la influencia feminista en parte de su obra.

Se sabe que la literatura no es solo una forma de pasar el rato, de entretenerse o abstraerse, aunque también pueda serlo; que no es solo un sitio único para buscar conocimientos y experiencias, aunque también pueda crearlo; que no tiene por qué ser de utilidad ni brindar herramientas para que algo cambie o sea de otra manera, aunque también suceda. En este sentido, y sobre todo cuando ocurre algo de aquello último, ¿cómo crear desde la literatura nuevos espacios, caminos y perspectivas, sin ser propagandístico? ¿Es posible? ¿Cuándo un texto logra introducir en el "campo de lo sensible", al decir del filósofo francés Jacques Rancière, algo nuevo o distinto para que forme parte del universo visible, decible y pensable? ¿La literatura contemporánea conserva su fuerza para irrumpir y transformar?    

Sobre ello y otras cuestiones que se insertan en la temática -el poder de la literatura, los géneros, el canon, la política, la crítica-, conversamos con Selva Almada. 

Nacida en el pueblo entrerriano de Villa Elisa en 1973, Selva Almada es una de las escritoras más renombradas del escenario literario argentino. Comenzó estudios de Comunicación Social en la ciudad de Paraná, pero la curiosidad y vocación literarias hizo que reorientara su perfil profesional. Desde el 2000 vive en la Ciudad de Buenos Aires y, actualmente, ya cuenta con más de diez libros publicados entre novelas, cuentos, crónicas y otros de no ficción. 

Su primera novela, “El Viento que Arrasa” (2012), despertó el interés de la crítica y el público, y fue reconocida con el First Book Award, otorgado por el Festival Internacional del Libro de Edimburgo. “Mal de Muñecas” (2003); “Una Chica de Provincia” (2007); “Ladrilleros” (2013); “Chicas Muertas” (2014); “Los Inocentes” (2020), entre otros, posicionaron a Almada como una de las narradoras más notables de su generación. 

Su obra fue traducida al francés, inglés, italiano, portugués, alemán, holandés, sueco, noruego y turco, y recibió varios otros reconocimientos. Entre ellos, logró ser finalista del Premio Rodolfo Walsh, por “Chicas Muertas”; y finalista del Premio Tigre Juan, por “Ladrilleros”.

-Viviste durante tus primeros años en Villa Elisa, un pueblo de Entre Ríos bastante tradicional, donde tal vez había una suerte de molde en el que tenías que encajar. ¿Pensás que la literatura fue una vía de escape? 

-Sí, creo que la lectura de literatura, durante la infancia y adolescencia, fue para mí una vía de escape. Pero no solo porque viviera en un pueblo pequeño y conservador, sino porque era y soy una persona muy tímida, me cuesta mucho entablar relaciones sociales. Entonces, la lectura era también una especie de refugio. Cuando estás leyendo un libro, no tenés que hablar con nadie. De repente, estar leyendo en los recreos era no pensar en la timidez y acercarme a otras personas. Además de eso, por supuesto, ya me gustaba mucho leer: me parecía el plan más divertido del mundo. Así que sí, era vía de escape, pero también era lo que me gustaba hacer. No había otra cosa en el mundo que me divirtiera más que un libro. Sí es verdad que, al leer mucho, la lectura te abre mundos, universos y la cabeza. Puede sonar remanido, pero sabemos que es cierto. Entonces hay un montón de prejuicios, preconceptos o cosas que quizá se creían en el pueblo o muchas de mis compañeras que eran así y que, a mí, leer tanto me hacía ver que otros mundos y otras vidas eran posibles y había otras maneras de entender el mundo, de pensar, de mirar. Seguramente, gracias a la lectura, también me volví una persona desprejuiciada. Seguro que sí.  

- ¿Qué autores leías?

-Primero leía lo que había en la biblioteca de la escuela primaria. Leía mucho de ahí y eran estos libros que se llamaban de literatura juvenil: Louisa May AlcottConan Doyle, todos los libros de la colección “Robin Hood” y “Billiken”. Eran los que estaban a mano y los que me compraban mis padres. Después, durante la adolescencia, me hice socia de la Biblioteca Popular Mitre, que era la biblioteca del pueblo, y leía muchas novelas, muchos best-sellers. No eran lecturas canónicas, sino más bien lecturas pasatistas, entretenidas, novelones, policiales, libros como los de Wilbur SmithLawrence Sanders, etc. 

- ¿Creés que la literatura puede proponer otras perspectivas, otras formas de ser y hacer, sin ser panfletaria?   

-A mí me parece que la lectura misma, el acto de leer en sí mismo te abre sin dudas otras perspectivas. Cuando se lee mucho, se entiende que hay otros mundos posibles, que hay otras miradas. Leer lo que se lea siempre abre la cabeza. Siempre, por supuesto, hay determinados libros que pareciera que están escritos para uno. Es parte de la experiencia de quienes leemos y, seguramente, nos ha pasado más de una vez. Ahora que eso esté planeado por el autor o la autora del libro... Ahí es cuando creo que la literatura se convierte en algo panfletario o didáctico. Y a mí personalmente, tanto lectora como escritora, deja de interesarme; cuando veo que está en primer plano lo que el autor o la autora me está queriendo decir sobre determinados temas, situaciones o asuntos. Porque lo que busco cuando leo no es a alguien me dé directivas de vida, sino que me construya un mundo, que yo me quiera meter en ese mundo, conocer sus personajes, acompañarlos y, en todo caso, sentir que estoy ahí, vivenciando lo que les pasa. Pero no que me diga dónde tengo que mirar o que los personajes me estén diciendo qué es lo que tengo que pensar de las cosas. Incluso coincidiendo. Me ha pasado de leer libros en los que coincido con esas miradas, pero digo: “Bueno, no, dejá de señalarme, de subrayarme”. Eso no me interesa.      

-En ese sentido, ¿cómo es la construcción literaria para dar con cierto tono (realista, transgresor, utópico, etc.)? ¿Va apareciendo de a poco o existe un diseño/plan previo?

-Para mí el tono es la escritura. En mi caso, muchísimas veces, lo encuentro después de escribir la primera página o el primer párrafo. Siempre digo que después de escribir esa primera página o primeros párrafos, tiene que estar el corazón del relato. Entonces, es en lo que más trabajo; pero no si eso después se transforma en algo realista o distópico o en otra cosa. En ese sentido, no me interesan mucho los géneros. Al contrario, me interesa más una escritura híbrida, más que algo que se pueda clasificar rápidamente como un texto realista, fantástico, terror, etc. Me parece que son categorías que, para mí, han quedado un poco viejas. Entonces el tono, en mi caso, no tiene que ver con buscar cierto efecto de algo, sino con esa puerta que se abre a la voz de ese relato. Y esa voz no es solamente el lenguaje, más allá de que todo relato está hecho solo de lenguaje. Me refiero a que no es solo las palabras que voy a usar, sino al relato como un sistema u organismo que funciona de una manera completa y compleja, donde no es solo cómo lo escribo, cómo lo digo, sino también cómo son esos personajes, qué hacen, qué piensan, qué sienten, qué es lo que van a proponer en ese mundo que se abre cuando se empieza a leer un relato. Por lo general, en cuanto a las tramas no tengo ningún plan previo, sino que empiezo por alguna pequeña situación o estado que actúa como disparador y, después, se van construyendo en el transcurso de la escritura. Es como si ese relato o trama se fuera revelando de a poco, como se revelaban antes las fotos de película, que ibas viendo encima del cartón cómo empezaba a aparecer la imagen.       

-En relación con esa estrategia de escritura, ¿hay que empezar con un tema en cuestión o con personajes (u otros elementos de ficción) que nos digan, después, ¿cuál es ese tema?

-En cualquier relato, el tema es lo de menos. A veces viene gente a los talleres y dice que quiere escribir una historia sobre tal tema. Y la verdad es que, a mí, el tema no me importa, me tiene totalmente sin cuidado. Hay que escribir y el tema aparecerá solo; el tema lo detectará el lector o no. Es un poco lo que decía antes: en relación con el tema, cuando está todo tan en primer plano, aquello que el autor o autora pretende decir a mí me aleja inmediatamente. Pensar la escritura desde el punto de vista temático es algo que me aleja, cuando viene como propuesta en un taller e, incluso, en mi propia escritura. Creo que no podría escribir desde y por un tema. No me interesan mucho los temas. Que después uno lea un relato, y vayan apareciendo o detectándose cosas es distinto, porque la escritura, de alguna manera, se va completando también con el acto de lectura que hace cada uno, a partir de su propia experiencia. De hecho, por ejemplo, los lectores (desde los que leen por placer hasta los más especializados como críticos y académicos) descubren cosas en los relatos que yo, muchas veces, no había pensado para nada. Y creo que esa es la idea de la lectura como un acto creativo y como un acto que viene a completar la escritura de otro.      

-Entre muchos de esos temas, has escrito sobre feminismo. ¿Podemos hablar de una literatura feminista en tu obra o es una arista más en el amplio abanico de la condición humana?

-Tengo un libro que se publicó en 2014, “Chicas Muertas”, que es una investigación sobre tres femicidios que ocurrieron en distintos pueblos de Argentina durante la década del ochenta. Las víctimas eran adolescentes, en una época en la que yo también era adolescente. Entonces, el libro indaga un poco en la cultura machista que permite que una mujer sea asesinada, en la trama que se arma a partir de pequeños actos, minúsculos, que están y estaban, sobre todo hace treinta años, muy naturalizados. Y hasta los podíamos mirar con tolerancia, porque así también nos habían formado: a ser tolerantes con este tipo de actos misóginos. Pero también esos actos pequeños y, aparentemente no inofensivos, pero sí tolerados, eran los que terminaban tejiendo esa red que, después, permitía la violencia de género en su máxima expresión, que es el femicidio. Y lo quería contar porque conocí de cerca uno de esos femicidios. Pero más allá de que quería escribir sobre eso, la verdad es que mucho del libro fue apareciendo y revelándose más espontáneamente. Me refiero no tanto de lo que iba a contar -sabía que iba a ser sobre los tres femicidios-, pero fueron apareciendo cosas de mi propia autobiografía que están también en el texto. Así que sí, creo que el libro puede leerse como una obra feminista, aunque cuando lo escribí no estaba muy segura de ser feminista. Es decir, sentía que había un montón de vínculos entre cuestiones que pensaba y que eran feministas, pero no sabía si yo me podía autonombrar feminista. Sobre todo, porque fue hace diez años, pero por suerte los feminismos en esta última década, la visibilización que tienen nos hicieron dar cuenta de que podíamos ser feministas sin marco teórico o feministas espontáneas. En ese momento, sentía que no había leído lo suficiente como para decir que era feminista. Por supuesto que las lecturas y el marco teóricos son muy importantes, pero también hay todo un universo de pequeñas acciones y acciones cotidianas que te forman como feminista, además de las lecturas.          

- ¿Actualmente, podemos decir que haya una literatura particularmente feminista?  

-Sí, creo que la hay. Yo no me encuadraría ahí de manera tan rígida, pero por supuesto que la hay, sobre todo desde la teoría y el ensayo, donde aparece más claramente. También desde la ficción. Por ejemplo, “El Cuento de la Criada” un libro que durante el último tiempo volvió con mucho auge. Y claro, es una distopía feminista, o escrita desde una perspectiva feminista, o escrita por una feminista. Pero por mi parte, trato de desmarcarme, porque la verdad es que, en mi caso, soy una escritora y soy una feminista. Prefiero que mis libros se lean como literatura a secas. Después, habrá lectores que vean, que sientan, que lean entre líneas cuestiones más relacionadas con mi vida civil de activismo, de feminismo, de cosas que pienso sobre distintos temas. Pero no me interesa que mis libros estén en un estante de literatura feminista. 

- ¿Desde allí, se pone en jaque cierto canon para moldear la regla general? ¿Hay resultados en ese intento? 

-Más allá de la literatura feminista, todo lo que se transforma en canon me parece que, en ese preciso instante en que se transforma en canon, hay que ponerlo en jaque. No comparto esa idea de que un grupo de personas haga un recorte de lo que sería bueno que todos leyéramos. Quizá, porque mi formación lectora tiene que ver más con lo popular, con la curiosidad, con buscar y de no haber tenido mucha guía acerca de qué es lo que había que leer. Entonces la idea de canon siempre me da ganas de patearla cada vez que aparece. Siempre, siempre hay resultados en el sentido de que todo el tiempo hay gente que está leyendo textos fuera del canon. De esta manera volvemos a esa idea de pensar la lectura como un acto creativo. Pero no me parece que esté bueno que el canon de la Universidad esté conformado en su mayoría por escritores varones. Ahí sí me parece importante que se introduzca en ese canon la escritura de las mujeres, de las disidencias. Es algo que tiene que pasar, porque una persona que va a estudiar literatura no puede tener las lecturas sesgadas o leer solo a los varones. De hecho, está sucediendo; bastante lento, pero sucede. No se puede pensar que la literatura argentina o la literatura universal la hicieron solo los hombres. Y en ese sentido, en la lectura como acto libertario, individual, de entretenimiento, etc., todo el tiempo los, las y les lectores se salen del canon y arman sus propios altares, circuitos y recortes. Todo eso, por suerte, convive y ha convivido siempre con el canon.        

(Fuente: https://www.cultura.gob.ar/selva-almada-9695/)

Descargar:   

Track 01: Selva Almada en “Marcar como Leído” – Futurock (31:28)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=BYM5Rf7PVpk

Track 02: Entrevista a Selva Almada: Una Escritora de Provincia” (26:11)

Con el cambio de milenio, Selva Almada (Entre Ríos, 1973) llegó a Buenos Aires. Nosotros la fuimos a ver a su casa, en Flores. Durante muchos años asistió al taller que Alberto Laiseca daba primero en el Centro Cultural Rojas, después en su casa. Como con su literatura, hablar con Almada es un poco agarrar un auto viejo y manejar por las rutas del interior del país. Su literatura recupera dramas y amores alejados de las grandes urbes. Por la ventanilla todo se ve desde los ojos de una chica de provincia. Y así, las hojas de los libros van pasando como un paisaje que no siempre es de naturaleza amigable. Sobre estas cosas, contempladas en libros como “Una Chica de Provincia” (2007), “Ladrilleros” (2013) o “Chicas Muertas” (2014) hablamos con la autora durante una cálida mañana de otoño. Universidad Nacional de Quilmes - Programa de Producción Televisiva

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=8Zkk8U7cMOE

Track 03: Entrevista a Selva Almada” (05:28)

La autora entrerriana vino a Concepción del Uruguay a presentar "Ladrilleros", su nueva novela.

Secretaría de Extensión y Cultura – Universidad Nacional de Entre Ríos

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=sPqZFK-ui84

Track 04: Cinco preguntas a Selva Almada” (02:26)

Es autora de “No Es un Río” (2020), “Los Inocentes” (2019), “El Mono en el Remolino. Notas del rodaje de Zama de Lucrecia Martel” (2017), “El Desapego es una Manera de Querernos” (2015), “Chicas Muertas” (2014), “Ladrilleros” (2013) y “El Viento que Arrasa” (2012), entre otros libros. Su obra está traducida a una decena de lenguas. En 2019 recibió el “First Book Award” del Festival Internacional del Libro de Edimburgo por la traducción al inglés de su novela “El Viento que Arrasa” (“The Wind That Lays Waste”). “No Es un Río” fue considerado uno de los mejores libros de 2020 por los diarios “La Nación” y “Clarín” y recibió la Mención especial del “Premio Sara Gallardo de Novela”. Publicado en Brasil, Francia, Estados Unidos, Italia, Reino Unido, Alemania y Holanda, en 2024 ha sido seleccionado como finalista del “International Booker Prize”.

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=YuVH0sG39tk

Track 05: Selva Almada: “El Viento que Arrasa” (13:27)

Natu Poblet, entrevista a Selva Almada. La lectura de un fragmento de “El Viento que Arrasa” (Mardulce) nos da pie para ahondar, en palabras de la propia autora, en la intimidad de la trama. El objetivo se cumple si el que recibe, queda atrapado por la historia, por la posibilidad de oir el tono, la respiración y el estilo del escritor y si ese estímulo lo lleva a completar la lectura del libro y, por qué no, a buscar otras obras del mismo autor. Equipo Rumbo Sur (www.rumbosur.org) Realización: Pablo José Rey - Entrevistas: Natu Poblet

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=Sw9r7SZBuQ4

Track 06: No es un Río”, Nueva Novela de Selva Almada. (22:27)

Una Producción de “La Izquierda Diario” (https://www.laizquierdadiario.com/)

Link para acceder al vídeo:

https://www.youtube.com/watch?v=m4muYtPisnc&t=305s